El karma de la niña bonita

Mi mamá siempre me decía: «Ahí vas de niña bonita» y no precisamente por destacar atributos físicos, sino más bien para referirse a que era una niña consentida a la que todo el mundo tenía que complacer. Quizás a veces tenía razón, principalmente cuando alguien tenía que cumplir con los quehaceres y yo buscaba mil excusas para zafarme de mis obligaciones o cuando con una sonrisita me salía con la mía. Pero el tiempo pasa y nos vamos dando cuenta que tenemos que ganarnos las cosas con nuestro propio esfuerzo y que no todo capricho que queremos, lo podemos conseguir.

Dos veces tuve que dejar mi casa. La primera por motivos académicos y la segunda, para seguir mi destino. Admito que la segunda fue, incluso más difícil que la primera, porque sabía que ya no estaría mi mamá pendiente de que no me olvide las cosas, no estaría mi tía para curar mis enfermedades, ya no habría nadie que me tratara como niñita, aunque en verdad ya no lo sea.

De «niña bonita» yo pase a ser una chica más o menos dedicada, ya no tan descuidada e, inexplicablemente, con capacidad para ejercer mil oficios. Ahora entiendo el esfuerzo que mi mamá y mi tía ponen día a día para sacar adelante un hogar, pese a las adversidades. Aunque no estemos cerca, siento que han inculcado cosas buenas en mí que, quizás en su momento me fastidiaron, pero ahora me han sido muy útiles para sobrevivir por mí misma.

Cuando uno deja su casa, sabe que ese instante es cuando se enfrenta al mundo real, a ese que nos exige que seamos responsables. Cuando uno deja su casa, entiende que no hay lugar más seguro que los brazos de su madre, ni sonido más cálido que sus consejos. Cuando uno deja su casa, no se va para siempre, porque siempre quedan las puertas abiertas para volver y sentir que aunque pase el tiempo, uno sigue siendo la «niña bonita» de su hogar.

 

Deja un comentario