Cuando vi su nombre en la pantalla de mi celular, lo primero que vino a mi mente fue: ¿Y ahora qué daño le hizo la babosa mental? ¿en qué nuevo lío me metió? Pero nunca esperé leer esas palabras; por lo menos no, en estos momentos de mi vida.
Me desconcertó con el ¡Si supieras cuánto te extraño! porque la verdad no lo sé; puede ser mucho, poco o algo parecido a cuando recuerdo que él se sentaba a lado o atrás mío en las clases y empezaba con sus bipolaridades: Me escribía algo bonito en la agenda y al minuto siguiente me miraba con reproche.
Hasta ahora no termino por comprender del todo su actitud. Tengo muchas preguntas sin respuestas, así como las de él, pero puedo contestarle que las cosas pasan PARA algo. Esa es la única y gran respuesta.
Sé que me necesita y ya no compartimos la cercanía, pero por lo menos a la distancia le queda mi amistad. De seguro me recordará cuando vaya a hacer algo incorrecto y verá mi cara de decepción próxima a agredirlo (algo en serio, algo en broma) y también guardará cada una de las travesuras que sólo pueden darse en la edad universitaria.
No sé porque me escribe un mensaje si sabe que sus propias decisiones le impiden recibir mi respuesta; pero sea como sea, de alguna forma sabrá lo que pienso y el golpe, en donde le llegue, aún se lo debo.