Vida urbana, pero no estresada

Un enamorado de mi adolescencia planeaba que algún día pudiéramos tener una casita en algún lugar en medio del bosque, cerca de un río, rodeados de animales y con un terreno lleno de jardines y huertos. Él siempre soñó que viviéramos en el campo, pero siempre le respondía: Yo, ¿en el campo? Jamás.

No porque no me gustara el campo (algún día puedo vivir ahí), pero no podía imaginarme mi vida sin ese toque citadino que te da el sonido de los autos, la sombra de los grandes edificios; incluso, los lugares llenos de gente, claro, siempre y cuando pudiese manejar mi enoclofobia. Sin embargo, al ver el caos en la que se ha convertido la ciudad, ya no me parece tan buena mi elección.

Cada mañana debo soportar el tráfico de las vías y lidiar con el poder que algunas personas se atribuyen solo por estar tras un volante. Tengo que aguantar el subirme a transportes públicos atestados de gente que atenta contra la dignidad, invade espacios, agrede masivamente y vive su egocentrismo. No puedo olvidarme de andar con cuidado por las calles por la delincuencia o imprudencia. Pero, lo peor de todo no es lo que hay que transigir, sino lo que debo evitar: No contaminarme con el estrés de la vida urbana.

Consuelo Roldán en el sitio web plataforma urbana destaca que las ciudades tienen efectos negativos sobre la salud y cita un artículo de la Revista Nature que afirma que «los urbanícolas al ser sometidos a un stress activan en mayor proporción la zona cerebral de la amígdala, que esta relacionada con la tensión». Además señala que «sufren trastornos de ansiedad, depresión y otros comportamientos que se observan con mayor frecuencia en las ciudades, como la violencia”.

Es indudable que después de un día caótico en la ciudad, muchos somos víctimas o suministradores de algún gesto o comentario desatinado, que evidencia el estrés. Y, según Roldán, el problema de una convivencia infeliz en las ciudades son las sociedades que en ellas habitan, caracterizadas algunas por el hedonismo, el materialismo, la competencia, el querer rendir al máximo, ser siempre bellos o el negar el dolor.

Queremos vivir en una ciudad armónica, en la que el tráfico fluya, donde no haya delincuencia, con menos índices de contaminación, con espacios incluyentes… Y siempre exigimos más y más a la ciudad, o al alcalde, que, al fin y al cabo, decidió ser un representante.  No obstante, la construcción de  la sociedad y, por ende, de la ciudad nos corresponde a todos y a diario. Sería bueno preguntarnos ¿qué puedo yo hacer hoy para que mi ciudad sea un lugar agradable?

Tal vez algún día me anime a aceptar la propuesta de irme a vivir al campo. Pero mientras tanto quiero defender mi derecho de vivir en la ciudad con autos, edificios, mucha gente;  no quiero estrés, violencia, agresión, mal humor… Quito es «chiquito» y para eso no hay cabida.

Quito, Ecuador

Quito en pocas palabras

Quito es una de las capitales más pequeñas de Latinoamérica, en cuanto a extensión y habitantes; pero si nos referimos a cultura, la palabra inmensa queda corta. Y no es para menos, si la capital ecuatoriana se destaca por su historia, tradiciones, cultura, gastronomía, arquitectura y la peculiaridad de su gente. Por esto y mucho más, ha sido denominada para este 2011 como Capital Cultural de América.

Miles de historias, anécdotas, leyendas, tradiciones orales han conformado gran parte de la cultura quiteña. Los primeros testimonios que se tiene de los antepasados y del desarrollo de la ciudad, hasta como la conocemos ahora, se encuentran recopilados en libros; sin embargo, el vivir diario del quiteño actual se transmite en conversaciones cotidianas y, es posible que quede grabado para la historia, en escritos de pocas palabras, como estos microcuentos:

Enojo

“Aquí, la gente cuando se enoja dice: ¡Se me sale el Indio! Yo solo una vez me enojé, pero lo que se dice enojado. Y se me salió.

Fue un poco triste verlo como se alejaba con su poncho hacia La Marín, en medio de la lluvia. Nunca regresó y nunca me volví a enojar”. (Jaime Martínez Almeida)

Macho men

“Arroz con leche, me quiero casar, con una señorita de la capital. Que sepa coser, que sepa planchar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar… 35 años más tarde, desde Carcelén hasta Quitumbe, continúo buscando mujeres. Pero por lo menos, ahora sé de dónde viene mi machismo”. (Esteban Samaniego)

Alta sociedad

“La boda fue apresurada y conservadora. Era joven y un cura la casó de blanco, sonriente bajo la mirada de sus padres, el llanto de su bisabuela y el cuchicheo ajeno. Tiempo después presentó a la familia un hermoso sietemesino, completamente saludable de casi cuatro kilos”. (Felipe Lemarie Guerra)

Ahí mismo

“¿Y yo qué culpa tengo de encontrarme en la misma esquina, tomar el mismo trole; sentarme junto a ti o tener el mismo color de cabello?

¿Piensas que tengo la culpa de bajarme en tu misma calle y atravesarla con tus mismos pasos?

Pero insisto, no tengo la culpa de meterme en la misma cama, peor de ocupar tus agónicos agujeros, ni siquiera la culpa de mirarte a los ojos y de procurarte mi misma muerte”. (Pablo Almeida Egas)

Viejos dichos, juegos tradicionales, comportamientos sociales, anécdotas, en fin, cualquier tema que permita destacar la sal quiteña (picardía) es un buen motivo para dar a conocer lo que es verdaderamente Quito; mejor aún, si la inspiración viene de quienes han tenido la oportunidad de nacer o vivir en un lugar tan impredecible.

Todas las ciudades y pueblos del Ecuador y de todo el mundo tienen un sinfín de historias por contar. Ningún sitio es un rincón aburrido si tenemos la capacidad de mirar más allá de lo evidente y convertir una pequeña vivencia en un pensamiento trascendente, sobre todo, si el propósito es darle un giro a la historia convencional para empezar a mirarla desde la perspectiva de sus protagonistas.

Mar de gente

“Las personas ya no se fijan por donde caminan o se fijan demasiado en su camino y no se dan cuenta que hay otros que también van por el mismo lugar. En los fines de semana, las calles del centro parecen un mar de gente; quisiera evadirlas, pero ¿por dónde más podría transitar? Las cruzo como si estuviera en una pista de obstáculos e inevitablemente choco con una persona: “Lo siento”. Su expresión de irritabilidad cambia a una más amable. Quizás, sólo el uso de una frase puede hacer más placentera la navegación por este mar” (Didis Caro)

Vista del Panecillo desde el barrio la Ronda, Quito

El clima de Quito y yo

Cómo algunos sabrán el clima de Quito y yo no nos llevamos muy bien. Debo admitir que en los último meses ha sido muy consecuente conmigo: no ha llovido, pero tampoco ha hecho sol, como tanto me gusta; y para ser sincera, en los últimos días, el frío mañanero ha sido un factor de decepción para mí, porque al medio día el calor se burla del cargamento de chompa, saco y bufanda que llevo sobre mí.

Para muchos, el clima de Quito es ideal, pues las montañas hacen que el sol equinoccial no sea tan fuerte; sin embargo, para mí lo ideal no le quita lo impredecible, pese a que odie el clima frío o templado, creo que esa inestabilidad de no saber qué va a suceder hoy con el clima, es lo que me gusta.

Existe afirmaciones de que muchas veces uno odia o no simpatiza con personas similares a uno, porque la misma forma de ser choca, no se llega a un acuerdo ni tampoco se produce un aporte. Y estoy segura que eso es lo que sucede con el clima de mi ciudad, es tan parecido a mí que me molesta que me haga lo mismo.

¡Ya, Quito, cambia ese rostro gris, que a mí ya se me fue la decepción!…

Por un momento siento un poco de calor, debe ser mi impresión, no no, salió un rato el sol

El festejo que se merece Quito

Noches con luna llena, caballeros junto con su guitarra en la calles del centro de Quito, para deleitar a las damas con una serenata. El ritmo musical y el carisma de los chullas influía en que las quiteñas acepten bailar una pieza al son de las bandas de pueblo.  El frío invitaba el consumo de uno que otro canelazo  para continuar en el festejo, aún no definido, pero que era el pretexto perfecto para  romper la cotidianidad quiteña.

Eso hace 50 años. Ahora, la situación es distinta, a excepción del alcohol. La fiesta de este año se prendió en cada rincón de la ciudad; donde jóvenes y adultos, con canelazo, cerveza, vino de cartón o cualquier bebida alcohólica en mano, gritaban: “Viva Quito”. Como respuesta a esta realidad, un grupo de jóvenes del Liceo Internacional, crearon hace 9 años la campaña “Vivamos las fiestas en paz”, actualmente encabezada por la red de consejos estudiantiles y bajo el liderazgo de Marco Dávila: Su propuesta es bien clara: disfrutar sanamente. Pero ¿cuál es la diferencia entre el festejo usual y esta alternativa?

Las fiestas hace 9 años: Grupo de personas bebiendo en los espacios públicos. Borrachos tirados en las afueras de la Plaza de Toros, en las aceras y en plena vía pública. Peleas y altercados. Asaltos y asesinatos a personas en estado de ebriedad. Accidentes de tránsito por conductores ebrios o por caídas desde chivas.

Las fiestas que se viven en paz: Personas disfrutando de bailes, de conciertos libres de alcohol, de caminatas, de eventos culturales y deportivos. De acuerdo al Observatorio de Seguridad Ciudadana de Quito, desde el funcionamiento de la campaña se ha reducido el número de accidentes de tránsito, muertes, violencia callejera.

No se puede pretender cambiar de un momento a otro la concepción cultural acerca de los festejos. El lema “Vivamos las fiestas en paz” no debe ser considerado como una orden o un restrictivo. Simplemente es una frase que debe ser parte de nuestra vida para meditar si queremos festejar inconscientes en una verdad, ahogados en alcohol y en medio de una pelea, a esa ciudad que nos engaña con sol o lluvia, que nos abruma con su tráfico, que tiene calles empedradas y angostas llenas de historias… ¿Es este el festejo que se merece Quito?

Vivir en QUITO

 

 

¡Lo máximo de ser ecuatoriano es ser quiteño!

Pero se preguntarán por qué si hay mucha delincuencia, un clima inconstante y un tráfico que ni hablar…. Me imagino qué hubiera sido de mí si hubiese nacido en otra ciudad. De seguro, no estaría escribiendo este post y estuviera muriendome de frío en algún lugar del Polo Norte o Sur o, por el contrario, con mucho calor en alguna zona del Caribe. En realidad, no podría asimilar la idea de no haber nacido en esta hermosa ciudad y el haber crecido en ella.

Yo me considero realmente una chica UIO: Al despertarme de madrugadita, me muero del frío porque las montañas no permiten sentir el sol en las primeras horas. Cojo el bus con una hora de anticipación y no me olvido de mi música para soportar el eterno tráfico. Paso mi mayor tiempo en medio de los grandes edificios del Quito moderno (bueno ahora en las construcciones del Quito antiguo), en medio de esa multitud de personas apuradas, poco amables y que son indiferentes de su propia identidad. Con la pinta veraniega que suelo usar, la esperada lluvia vespertina ya no me sorprende porque ando a cargar mi chompa, aunque me estorbe cuando a mi cuidad le gusta amagarme. Al finalizar el día, no existiría ciudad más perfecta donde pueda caminar por calles estrechas y empedradas que huelen a historia, café y pan caliente que despiertan los sentidos de mi soledad; al mismo tiempo, que los sentidos de miles de soledades más.

Como no podría amar a esta ciudad, si la recorrí de extremo a extremo con los amigos que ella mismo me dio; si cada rincón se convirtió en el lugar más romántico con el amor de mi vida, que en pleno Centro Histórico lo conocí. Son tantas historias buenas y malas, que no cabrían ni escribiendo en las aceras de toda la ciudad. Pero de todas formas esto es mi UIO, como dice un músico: «a veces un sueño y otras una pesadilla, ¡así es y así me gusta!» Y yo solo puedo decir que ¡de leyf es así!