Ni moneda falsa, ni moneda de oro

No es ninguna novedad que algunos hablen de que la viveza criolla es grande y no falte «el vivo» que, entre montones de monedas, nos pase la moneda falsa. En ciertos casos resulta que es una moneda de otro país y, por mala suerte, cayó en un sitio donde no tiene valor, como esa de los cuentos de Hans Christian Andersen, que fue acusada de impostora.

Hay que ser cuidadosos y revisar las monedas para no ser presas del engaño; pero el punto de esta historia va a lo que me dijo mi madre cuando le conté que me pasaron un centavo canadiense y enseguida reclamé la estafa. «Imagino que si era una moneda de oro, no hubiese sido tan fácil reclamar, ¿no? Es como en la vida, hay las moneditas de oro a quienes todo les pasan y las falsas que corren con mala suerte».

Ahora la cuestión no era solo de monedas sino de gente: De aquella que brilla porque tiene más valor (material) y aquella que pasa desapercibida. En el colegio tuve un par de amigas, que a la vuelta de la esquina demostraron que su amistad no era verdadera; por lo cual, las denominé las monedas, obviamente, por sus dos caras. Ellas, ni cortas ni perezosas, usaron el apodo a su favor, alegando que «no eran moneditas de oro para caerle bien a todo el mundo». Por lo menos, admitieron que eran monedas ¿de qué material? no me interesa.

Tampoco me interesa ser lo que no soy, ni vivir en apariencias, ni fingir lo que no siento. Si nos comparamos con una moneda, sea de oro o sea falsa, cuando nos lancen al aire tendremos dos posibilidades: Vivir la vida que queremos o la vida que complace a los demás. Si nos sometemos a tener dos caras, en el lanzamiento siempre existirá variabilidad y nunca alcanzaremos la plenitud de ninguna cara, pero sobre todo nunca seremos lo que queremos llegar a ser. La vida es demasiado corta como para jugar al azar.

Ahora solo voy, sigo mi camino y si llevo monedas en mi bolsillo es solo para cuando me canse de andar y algún rato decida tomar un bus; claro, siempre y cuando, se haya agotado la posibilidad de que alguien me acompañe a caminar.

 

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