Tupananchiskama Cusco

Recuerdo la primera vez que nos vimos. Tu inconfundible arquitectura ocre resplandecía con el sol, dándome la bienvenida a una de las etapas más lindas de mi vida.

Sin duda, desde el primer momento me pareciste mágica. Cómo podías ser tan histórica  y cosmopolita a la vez, tan cálida y fría, tan cercana y desconocida.

En tus calles recordé la importancia de apreciar los detalles, de cuidar nuestro entorno y de valorar el tiempo, ese que no debe catalogarse como «hora peruana» y que vale bien la pena ser invertido para detenerse y saludar a los conocidos.

Por tu acogida pude ampliar mi familia, conocer buenos y admirables amigos y me enseñaste a amar más mi profesión.

En nuestra convivencia, me presentaste muchos retos que antes no me hubiera sentido capaz de asumir, me diste alegrías y tristezas y te convertiste en ese otro hogar al cual siempre quieres volver.

Esta mañana, el sol apareció por tus hermosas montañas, no para despedirse de mí o dar por cerrado nuestro capítulo. Alegremente me dijiste: Tupananchiskama y te respondí lo más cercano que pude: Hasta volvernos a encontrar, hermoso Cusco.

Cusco: Mi pequeño París

Muchas personas asemejan a Cusco con Roma por ser también capital de un gran imperio. Hay quienes  la comparan con otras ciudades europeas o andinas, a mi me pasa a veces cuando extraño a Quito por sus calles angostas y empedradas. Y otros dirán que no hay un lugar igual en el mundo. Sin embargo, esta hermosa ciudad es mi pequeño Paris, que algún día espero conocer. 

Ambas ciudades son consideradas heroicas, porque desde ellas se gastaron hazañas libertarias de sus continentes. Tienen raíces de lucha que inspiran mis ideales de un mundo realmente democrático. 

Con la peatonalización de la Plaza de Armas de Cusco, esta se convirtió en un espacio tranquilo para andar y contemplar la belleza arquitectónica de la Catedral y la Iglesia de la Compañía. Ahora no hay excusa para sentarse a tomar una bebida en uno de los balcones coloniales que rodean esta majestuosidad (yo me veo como en un bistró).

Y qué decir de la calificación de París como ciudad del amor. Así como Carrie Bradshaw, en Sex and the City, decide ir a vivir a Paris con el amor de su vida (en ese momento), yo también lo hice y es por ello que todo el ambiente me huele a romanticismo: la lluvia en las calles, los atardeceres en los miradores, las bancas ocupadas en las plazas. 

Cusco tiene ese inexplicable aire (algo gélido) de misticismo, cultura, historia, belleza y variedad, tal como debe ocurrir en aquella ciudad europea; pero aquí, obviamente, con su toque andino y con el sello personal que cada uno le quiera poner. 

Es cosa de ecuatorianos

Nadie dijo que sería fácil y muchos lo saben. Empezar una nueva vida fuera del lugar que te vio nacer, es uno de los más grandes retos, sobre todo, cuando quieres progresar, superarte y encontrar una actividad acorde a lo que te gusta hacer. Hemos visto muchos casos de migrantes que viajan a Estados Unidos o Europa, para dejar de lado su profesión o sueños y ganar una mayor cantidad de dinero que les permita sobrevivir; también están los que perseveran y, pese a toda predicción, encuentran el éxito en tierras lejanas.

Las oportunidades no simplemente se encuentran, también se generan con trabajo y perseverancia. Bien dicen, que las fronteras son limitaciones de la mente y no físicas. El ser humano es capaz de generar capacidades en cualquier lugar; la diferencia radica en las barreras que diversas sociedades te pongan, pero de todas formas son superables, si uno quiere que lo sean.

Como periodista ecuatoriana en un entorno profesional que recién se está abriendo al mundo, algunos me pueden ver con admiración; otros con indiferencia, egoísmo o como una neófita. Quizás yo me sienta con ganas de avanzar o a veces frustrada; pero jamás lanzaré la toalla antes de intentarlo. Pronto volveré a Ecuador y lo haré con la cabeza en alto, orgullosa de saber que cada día doy lo mejor de mí. El gentilicio lo llevo en la cédula, pero el espíritu guerrero de un ecuatoriano lo llevo dentro.  Ahora solo viene a mi mente, la frase de un popular programa que retrataba las vivencias de ecuatorianos en otros países y, al recordarla, siento orgullo de ser una «reporterita» de la mitad del mundo:

«Migrar es para valientes, comenzar de cero es cosa de emprendedores y amar a Ecuador desde cualquier parte del planeta, es cosa de ecuatorianos».Ecuadorian boy

Esto es ser ecuatoriano

A un ecuatoriano se lo reconoce en cualquier parte del mundo; al igual que dicen los argentinos, colombianos, peruanos, chilenos y cualquiera que se sienta orgulloso de ser identificado fuera de su país. Ya sea por nuestra forma de hablar, nuestros gustos «extraños» o, simplemente, nuestra añoranza por lo que se quedó lejos, el ecuatoriano es más que el oriundo de la mitad del mundo.

En Perú, el ecuatoriano es conocido como «mono» (más allá de la denominación que se da solo a los habitantes de la Costa) por la riqueza bananera de nuestro país y por la apetencia hacia esta fruta tropical. ¿Qué ecuatoriano no desearía degustar fuera del país unos bolones, empanaditas de verde o unos patacones? Sin embargo, Ecuador es un diminuto lienzo lleno de diversidad, que no se limita a un producto o lugar y siempre deja buenos recuerdos en propios y extranjeros. Ale, una amiga chilena que conocí hace pocos días y que vivió en Ecuador, recuerda con mucha emoción el rico encebollado con Fioravanti, el agua de horchata, la leche chocolatada Tony y los postres Inacakes. A esto yo podría agregarle un millón de comida más, pero resaltaré el delicioso ceviche, los dorados llapingachos y el caliente morocho.

Ecuador es sabor a comida de casa, olor a lluvia inesperada, vista de mares y montañas. Ecuador es llegar tarde, a pesar de madrugar; es desalentarse por una derrota, pero seguir jugando; es risa de niños, esperanza de jóvenes y resultado de ancianos. Ecuador es el conjunto de verdaderos ecuatorianos:

El ecuatoriano no se emborracha: se hace bunga!

EL ecuatoriano no saluda, te dice: que fue loco!

El ecuatoriano no tiene amigos: tiene panas

El ecuatoriano no tiene enamorada, tiene: pelada

El ecuatoriano no se cae: se saca la madre

El ecuatoriano no se burla: se caga de risa

El ecuatoriano no palabrea: mete labia 

El ecuatoriano no espera: aguanta un chance

El ecuatoriano no besuquea: agarra

El ecuatoriano no dice wow: dice Del Putas

El ecuatoriano no molesta: jode, vacila

El ecuatoriano no te entiende: te cacha

El ecuatoriano no se molesta: se cabrea

El ecuatoriano no te golpea: te saca la puta

El ecuatoriano no va a tomar: se va de chupe

El ecuatoriano no fracasa: la caga

El ecuatoriano no sale corriendo: sale hecho una bala

El ecuatoriano no toma siestas: se queda ruco

El ecuatoriano no va rapido: va enbalado

El ecuatoriano no te ayuda: te acolita 

El ecuatoriano no es listo: es súper pilas

El ecuatoriano no trabaja: camella

El ecuatoriano no pide que lo lleven: jala dedo

El ecuatoriano no es cualquier cosa: es ECUATORIANO!

Compañías silentes

Nos encontramos en una de esas plazas de paso, aquellas en las que tienes que permanecer por cansancio y no por el deseo de ver pasar la gente, los buses, el tiempo. En realidad, son esas en las que no tienes nada que admirar ni esperar. Pero ahí nos sentamos; yo llevaba mi cartera  y las carpetas del oficio, mi mano acomodaba mi cabello alborotado y la otra se arrimó en el filo de una jardinera. Ella llevaba un bolso, seguro con compras o papeles de sus trámites y, al igual que yo, lucía fatigada por tanto caminar.

Miraba intrigada un espectáculo que se desarrollaba en el lugar, me regresaba a ver y escondía su mirada. Manejaba puerilmente el intento de entablar una conversación; mientras yo la observaba esporádicamente y me sumergía en mis actividades laborales en medio de mi forzado descanso. «¿Qué están haciendo ahí?», preguntó, como quien lanza palabras al viento con la esperanza de que alguien las oiga y se digne en contestar. Sin menor duda, sabía que yo tendría que responder y, con suposiciones de vista, le di una respuesta.

El silenció volvió a rodearnos. No alargué la conversación porque no consideraba que era el momento y el lugar apropiado. El sol precedente de media mañana me sofocaba y la plaza empezaba a llenarse de indigentes, que observaban como aves de rapiña a los incautos visitantes. Ella sostuvo su bolsa en mi dirección como aliándose conmigo por si los vagabundos venían a molestar y no decía nada. Imagino que yo también, inconscientemente, giré mi cartera en su dirección, aceptando su propuesta silente de apoyo, hasta que mi cuerpo decidiese retomar el ritmo del día y continuar.

Pasaron los minutos y ella miraba su reloj inquietamente, una y otra vez, como que desconfiaba de lo que veía. Quizás esa no era la hora que quería, era muy temprano o ya se atrasó. No podía saberlo, solo tenía la impresión de que ella no quería concordar con su tiempo. «¿Qué hora es?», me preguntó. «Casi las diez», le respondí. Puso una cara de sorpresa: «¡Ay! Ya ha sido tarde». La vi levantarse y tomar su bolso con diligencia. «Hasta luego, un gusto» me dijo.

¿Un gusto coincidir en el mismo sitio? Hasta suponer la respuesta, yo también me levanté de la jardinera de la plaza de paso. Aunque había más gente junto con los vagabundos, no quería quedarme sola. ¿Sola? Ahora entendía, el gusto se refería con hacernos compañía, sin cruzar muchas palabras, pero compañía.

 

Vida urbana, pero no estresada

Un enamorado de mi adolescencia planeaba que algún día pudiéramos tener una casita en algún lugar en medio del bosque, cerca de un río, rodeados de animales y con un terreno lleno de jardines y huertos. Él siempre soñó que viviéramos en el campo, pero siempre le respondía: Yo, ¿en el campo? Jamás.

No porque no me gustara el campo (algún día puedo vivir ahí), pero no podía imaginarme mi vida sin ese toque citadino que te da el sonido de los autos, la sombra de los grandes edificios; incluso, los lugares llenos de gente, claro, siempre y cuando pudiese manejar mi enoclofobia. Sin embargo, al ver el caos en la que se ha convertido la ciudad, ya no me parece tan buena mi elección.

Cada mañana debo soportar el tráfico de las vías y lidiar con el poder que algunas personas se atribuyen solo por estar tras un volante. Tengo que aguantar el subirme a transportes públicos atestados de gente que atenta contra la dignidad, invade espacios, agrede masivamente y vive su egocentrismo. No puedo olvidarme de andar con cuidado por las calles por la delincuencia o imprudencia. Pero, lo peor de todo no es lo que hay que transigir, sino lo que debo evitar: No contaminarme con el estrés de la vida urbana.

Consuelo Roldán en el sitio web plataforma urbana destaca que las ciudades tienen efectos negativos sobre la salud y cita un artículo de la Revista Nature que afirma que «los urbanícolas al ser sometidos a un stress activan en mayor proporción la zona cerebral de la amígdala, que esta relacionada con la tensión». Además señala que «sufren trastornos de ansiedad, depresión y otros comportamientos que se observan con mayor frecuencia en las ciudades, como la violencia”.

Es indudable que después de un día caótico en la ciudad, muchos somos víctimas o suministradores de algún gesto o comentario desatinado, que evidencia el estrés. Y, según Roldán, el problema de una convivencia infeliz en las ciudades son las sociedades que en ellas habitan, caracterizadas algunas por el hedonismo, el materialismo, la competencia, el querer rendir al máximo, ser siempre bellos o el negar el dolor.

Queremos vivir en una ciudad armónica, en la que el tráfico fluya, donde no haya delincuencia, con menos índices de contaminación, con espacios incluyentes… Y siempre exigimos más y más a la ciudad, o al alcalde, que, al fin y al cabo, decidió ser un representante.  No obstante, la construcción de  la sociedad y, por ende, de la ciudad nos corresponde a todos y a diario. Sería bueno preguntarnos ¿qué puedo yo hacer hoy para que mi ciudad sea un lugar agradable?

Tal vez algún día me anime a aceptar la propuesta de irme a vivir al campo. Pero mientras tanto quiero defender mi derecho de vivir en la ciudad con autos, edificios, mucha gente;  no quiero estrés, violencia, agresión, mal humor… Quito es «chiquito» y para eso no hay cabida.

Quito, Ecuador

Tri: Ganen o pierdan, volvemos a creer

Argentina hizo bailar la pelota al ritmo del tango y Ecuador, en el segundo tiempo, trató de seguirle el ritmo, pero no fue suficiente.

Casualmente, la primera vez que fui a un estadio fue hace 7 años en un partido entre Ecuador y Argentina. La expectativa general era negativa, pues venía a enfrentarnos uno de los grandes y mis amigos ni siquiera iban a apoyar a la selección; ellos querían ver la goleada de las “estrellas“: Batistuta, Tévez y Verón.

Al contrario de todo pronóstico, la Tricolor ganó. El partido dejó como resultado 2 goles ecuatorianos, mi camiseta perdida, algún enfrentamiento entre rivales y, sobre todo, la esperanza futbolera en auge.

Ese fue uno de los triunfos que nos llevó a nuestro segundo mundial: Alemania 2006. En las próximas eliminatorias rumbo a Sudáfrica 2010, la situación no fue favorable y nos quedamos a ver en casa el mundial.

Desde antes de la época de vacas gordas en el fútbol ecuatoriano, una de las características de la hinchada ecuatoriana ha sido su capacidad de ir inmediatamente del polo: Vamos tricolor, al polo: Lárgate (el técnico de turno) y, pese a ello, volver a confiar una y otra vez.

Es simple darse cuenta que en otros ámbitos de la vida, si nos decepcionan, no confiamos nuevamente (por lo menos la gran mayoría, que no votaríamos por políticos desterrados o regresaríamos con nuestro/a ex mentiroso/a). Pero en el fútbol volvemos a creer porque en 90 minutos nos unimos en un juego que, a más de una buena coordinación de equipo, siempre tendrá factores que influirán en el resultado; y además, porque aunque nos apasione, el fútbol no cambiará el rumbo de nuestra vida, simplemente es un paréntesis de la cotidianidad.

Eso es lo que amo del fútbol, bueno en este caso de la hinchada: No hay derrota que no nos convoque a unirnos en un próximo partido. Y si creer es lanzar nuestros anhelos al aire, pues hace falta hacer unos ajustes en la Tricolor, para que Suárez cabecée el anhelo, lo combine a Valencia y en un pase de zurda, Chucho meta el gol… Quizás la selección también se lo deba creer.

Publicado con WordPress para BlackBerry.

UIO, ¡movilízate!

La expansión territorial de Quito y el crecimiento indiscriminado del parque automotor privado ocasionan problemas en el flujo de tránsito de la ciudad.  Una de las causas que considera el Municipio de Quito, dentro de la problemática de movilización,  es la aplicación de un modelo de crecimiento, basado en la expansión horizontal de la urbe hacia los extremos norte sur y los valles orientales.

El crecimiento horizontal de Quito produce una baja densidad de ocupación del suelo y una distribución territorial centralizada de los servicios.  Desde el punto de vista de la movilidad implica la concentración de destinos y de viajes radiales hacia el Centro Histórico de Quito y el hipercentro.

Las alternativas municipales para mejorar la movilidad en Quito comprenden un manejo integral del sistema en los temas de vialidad, transporte, tránsito y seguridad vial. La primera acción concreta para resolver la problemática vial, principalmente para controlar el exceso de autos en el perímetro urbano, fue la aplicación de la circulación vehicular restringida, con el pico y placa. Esta medida para regular el tránsito tiene más de un año de vigencia; sin embargo, la decisión no ha terminado con el caos vehicular.

Las personas que se movilizan en auto particular cambiaron sus horarios de circulación; otras optaron por adquirir otro medio de transporte particular, con terminación de placa distinta a la del día de restricción. Según las estadísticas del Observatorio de Movilidad,  son muy pocos los ciudadanos que usan el transporte público cuando no pueden usar sus vehículos.

Y es que el sistema de transporte público no muestra una cara distinta. El municipio colocó paradas de buses en gran parte de Quito, que la mayoría de veces no son respetadas por transportistas ni usuarios; lo que genera congestionamientos viales y una cultura de desorden. Por otro lado, la movilización en buses públicos implica que los usuarios salgan con varios minutos de anticipación, sobre todo, cuando hay que atravesar la ciudad en medio del tráfico.

La solución ante esto sería utilizar los sistemas de transporte público del Municipio de Quito, como el trolebus, ecobus  y metrovía, que  circulan por un carril exclusivo para optimizar el tiempo y evitar a los vehículos particulares.  No obstante, estos medios de transporte tienen inconvenientes en horas pico por invasiones en su carril y la cantidad de usuarios.  Si el sistema de transporte metropolitano brinda rapidez, no hace lo mismo para garantizar la seguridad y comodidad de los usuarios.

Actualmente, el Municipio de Quito trabaja en modernización de los semáforos, el control del mal estacionamiento, la creación de más espacios de parqueo, el aseguramiento de cruces peatonales conflictivos y la realización de reformas geométricas en las principales calles; pero la situación no mejora del todo y eso es evidente cada mañana al ir a los lugares de estudio y trabajo y, mucho más, en los retornos a los hogares.

El proyecto de movilización eficiente que plantea el gobierno local para el 2022 incluirá nuevos ejes viales, la construcción del metro, mejoras en calles y avenidas y movilidad alternativa. Pero todos estos planes no tendrían sentido sino existe el apoyo y colaboración ciudadana. Es vergonzoso encontrarse con conductores y peatones que irrespetan las leyes de tránsito; de igual forma, es indignante, ver a los ciudadanos que no siguen la columna para ingresar a los buses y que usan la agresión, como defensa de su individualidad.

UIO, ¡movilízate! con gente que quiere llegar a algún lugar y no con aquella que se mueve, solo por moverse.

Así sí, viajemos en bus

Quienes no tuvimos la suerte de poseer la capacidad de volar, el poder especial de teletransportación o, simplemente, la fortuna de un vehículo, tenemos que hacernos al dolor de usar el transporte público. Y, verdaderamente, es un sacrificio hacerlo, sobre todo en la ciudad de Quito, donde se ha comprobado que los sistemas de transporte público y movilización aún tienen mucho que mejorar para satisfacer las necesidades de una capital.

Es verdad que el tráfico se ha descongestionado tras la medida del pico y placa adoptada en mayo del anterior año; sin embargo, las promesas de mejorar el transporte público, para que sea una primera opción alternativa de movilidad, no se han evidenciado. Preguntémonos ¿cuántos quiteños usan el Trole, Ecobus, Metrobus u otros buses el día que les toca restricción vehicular? seguro que muy pocos. De las personas con las que pude conversar, algunos afirman que usan su vehículo de reserva (cuando la suerte les favoreció en números alejados) y otros admiten que prefieren madrugar y quedarse hasta tarde en sus lugares de trabajo o estudio.

Ahora, los quiteños contamos con una nueva ruta del transporte metropolitano: el corredor Sur Oriental, pero no existen las unidades de transporte apropiadas para la gran cantidad de usuarios que han optado por este servicio, que al ir por una vía exclusiva, reduce algunos minutos entre los viajes. En medio de malos gestos, insultos, agresiones físicas, acosos sexuales y todo tipo de faltas de respeto, los ciudadanos ven transcurrir los minutos que dura su paso por el transporte público. “Ahora no existe cordialidad hacia las personas de la tercera edad, mujeres embarazadas o con niños” manifiesta una usuaria del trolebus. Confirmo sus palabras al ver (dejando a lado mi criterio machista) gran mayoría de hombres sentados y una que otra mujer joven, mientras en las paradas suben personas que necesitan de un asiento. Pero no todo queda ahí, otra mujer cuenta que una vez sufrió agresión sexual cuando, en el momento menos esperado, un patán aprovechó para tocar sus partes íntimas. Lo peor es que los demás pasajeros se mantuvieron indiferentes ante la indignación de la mujer. ¿Cómo se puede esperar que a nosotros no nos suceda lo mismo, si frente a otras situaciones no hacemos nada?

Estos casos son la muestra de que se han perdido muchos valores y principios de cultura y respeto. Es evidente que lo que reina en la actualidad es el bienestar propio e individualismo. En medio de toda esta conversación, noto que una persona se levanta de su puesto y quiero sentarme ahí, pero un señor me lo gana a la defensiva. “Siga no más, no importa”. Lo único que puedo rescatar de mis viajes en bus es que, por lo menos, aún existimos personas que mostramos respeto y tolerancia de los que nos gustaría también recibir.

Quito en pocas palabras

Quito es una de las capitales más pequeñas de Latinoamérica, en cuanto a extensión y habitantes; pero si nos referimos a cultura, la palabra inmensa queda corta. Y no es para menos, si la capital ecuatoriana se destaca por su historia, tradiciones, cultura, gastronomía, arquitectura y la peculiaridad de su gente. Por esto y mucho más, ha sido denominada para este 2011 como Capital Cultural de América.

Miles de historias, anécdotas, leyendas, tradiciones orales han conformado gran parte de la cultura quiteña. Los primeros testimonios que se tiene de los antepasados y del desarrollo de la ciudad, hasta como la conocemos ahora, se encuentran recopilados en libros; sin embargo, el vivir diario del quiteño actual se transmite en conversaciones cotidianas y, es posible que quede grabado para la historia, en escritos de pocas palabras, como estos microcuentos:

Enojo

“Aquí, la gente cuando se enoja dice: ¡Se me sale el Indio! Yo solo una vez me enojé, pero lo que se dice enojado. Y se me salió.

Fue un poco triste verlo como se alejaba con su poncho hacia La Marín, en medio de la lluvia. Nunca regresó y nunca me volví a enojar”. (Jaime Martínez Almeida)

Macho men

“Arroz con leche, me quiero casar, con una señorita de la capital. Que sepa coser, que sepa planchar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar… 35 años más tarde, desde Carcelén hasta Quitumbe, continúo buscando mujeres. Pero por lo menos, ahora sé de dónde viene mi machismo”. (Esteban Samaniego)

Alta sociedad

“La boda fue apresurada y conservadora. Era joven y un cura la casó de blanco, sonriente bajo la mirada de sus padres, el llanto de su bisabuela y el cuchicheo ajeno. Tiempo después presentó a la familia un hermoso sietemesino, completamente saludable de casi cuatro kilos”. (Felipe Lemarie Guerra)

Ahí mismo

“¿Y yo qué culpa tengo de encontrarme en la misma esquina, tomar el mismo trole; sentarme junto a ti o tener el mismo color de cabello?

¿Piensas que tengo la culpa de bajarme en tu misma calle y atravesarla con tus mismos pasos?

Pero insisto, no tengo la culpa de meterme en la misma cama, peor de ocupar tus agónicos agujeros, ni siquiera la culpa de mirarte a los ojos y de procurarte mi misma muerte”. (Pablo Almeida Egas)

Viejos dichos, juegos tradicionales, comportamientos sociales, anécdotas, en fin, cualquier tema que permita destacar la sal quiteña (picardía) es un buen motivo para dar a conocer lo que es verdaderamente Quito; mejor aún, si la inspiración viene de quienes han tenido la oportunidad de nacer o vivir en un lugar tan impredecible.

Todas las ciudades y pueblos del Ecuador y de todo el mundo tienen un sinfín de historias por contar. Ningún sitio es un rincón aburrido si tenemos la capacidad de mirar más allá de lo evidente y convertir una pequeña vivencia en un pensamiento trascendente, sobre todo, si el propósito es darle un giro a la historia convencional para empezar a mirarla desde la perspectiva de sus protagonistas.

Mar de gente

“Las personas ya no se fijan por donde caminan o se fijan demasiado en su camino y no se dan cuenta que hay otros que también van por el mismo lugar. En los fines de semana, las calles del centro parecen un mar de gente; quisiera evadirlas, pero ¿por dónde más podría transitar? Las cruzo como si estuviera en una pista de obstáculos e inevitablemente choco con una persona: “Lo siento”. Su expresión de irritabilidad cambia a una más amable. Quizás, sólo el uso de una frase puede hacer más placentera la navegación por este mar” (Didis Caro)

Vista del Panecillo desde el barrio la Ronda, Quito