Muchas personas asemejan a Cusco con Roma por ser también capital de un gran imperio. Hay quienes la comparan con otras ciudades europeas o andinas, a mi me pasa a veces cuando extraño a Quito por sus calles angostas y empedradas. Y otros dirán que no hay un lugar igual en el mundo. Sin embargo, esta hermosa ciudad es mi pequeño Paris, que algún día espero conocer.
Ambas ciudades son consideradas heroicas, porque desde ellas se gastaron hazañas libertarias de sus continentes. Tienen raíces de lucha que inspiran mis ideales de un mundo realmente democrático.
Con la peatonalización de la Plaza de Armas de Cusco, esta se convirtió en un espacio tranquilo para andar y contemplar la belleza arquitectónica de la Catedral y la Iglesia de la Compañía. Ahora no hay excusa para sentarse a tomar una bebida en uno de los balcones coloniales que rodean esta majestuosidad (yo me veo como en un bistró).
Y qué decir de la calificación de París como ciudad del amor. Así como Carrie Bradshaw, en Sex and the City, decide ir a vivir a Paris con el amor de su vida (en ese momento), yo también lo hice y es por ello que todo el ambiente me huele a romanticismo: la lluvia en las calles, los atardeceres en los miradores, las bancas ocupadas en las plazas.
Cusco tiene ese inexplicable aire (algo gélido) de misticismo, cultura, historia, belleza y variedad, tal como debe ocurrir en aquella ciudad europea; pero aquí, obviamente, con su toque andino y con el sello personal que cada uno le quiera poner.