Manual para idas y venidas

Toma tus cosas y ándate. A donde quieras, pero ándate.. Así empiezan las aventuras, con el simple deseo de ir sin rumbo fijo a ningún lugar. Lo bueno es que a donde lleguemos siempre será un destino; no sabemos si será el sitio anhelado ni el punto final del trayecto, pero será parte de lo vivido. A veces solo necesitamos cambiar de aires para ver mejor lo que nos rodea, para valorar lo ignorado y para desechar lo inservible.

Cuando llegues a tu destino, tómate tu tiempo. No tengas prisa por ir a otro lugar y, menos aún, por volver al sitio de donde has venido. Disfruta tu camino, porque todo tiene su tiempo. No sabes si volverás a ver esos paisajes o si te encontrarás con esa misma gente. Busca y deja lo mejor de ti en el trayecto.

Descubre nuevas cosas. No viajes siempre por los caminos establecidos. Quizás lo mágico de esta aventura está por el trecho menos transitado. Sé dueño o dueña de tu destino y rompe parámetros. De todas formas, es tu viaje por la vida. Rompe las reglas, aprende de tus errores, corrígelos y, sobre todo, siempre sigue adelante.

Cuando llegue el momento de partir,  no entres en melancolía. Lo más difícil de ir y venir son las despedidas, pero todo lo que vale la pena, no tiene un valor material… Se lo lleva dentro. Como dicen por ahí, lo bailado no nos lo quita nadie y las personas que deben formar parte de nuestra historia, pese a la distancia, jamás se van.

Dicen que nunca hay que mirar atrás, pero yo te digo que lo hagas. Mira el nuevo camino que has trazado, aprende de lo malo y sonríe, una y otra vez, de lo bueno. Al fin y al cabo, la vida es ir y venir. Pronto te tocará volver a venir.

Me fui a volver

Unas etapas terminan y otras empiezan; hay despedidas y bienvenidas, ese es el ciclo de la vida y hay que arriesgarse a vivir. Hoy empiezo un nuevo rumbo en otro país, con nueva gente y con un objetivo claro; no sé lo que me depare el destino, pero como me dijo mi mejor amiga: Se hace camino al andar. Y por ese mismo trayecto me iré a volver sonriente, emprendedora y con ganas de luchar pese a las adversidades.

No diré más porque las palabras para la felicidad sobran. Sólo sepan todos que estoy y estaré de regreso.

«Me voy a vivir a París»

«Me voy a vivir a París» fue el anuncio que hizo Carrie Bradshaw a sus amigas para compartir el inicio de una nueva etapa y un camino, que ella consideraba la llevaría a la felicidad. También fue una forma de contar con su aceptación o, por lo menos, con su comprensión en un momento trascendental. Las reacciones de las amigas fueron tan diversas como la excentricidad de Samantha, la complicidad de Charlotte y la negativa de Miranda. Ver de nuevo ese capítulo me hizo revivir una situación similar.

Era una tarde de agosto, la espectativa era la característica del encuentro. Después de un anuncio muy importante de una de mis amigas, se me ocurrió ser la siguiente en compartir una buena nueva. Cuando mis amigas escucharon que me iría a vivir a Perú y de mis planes amorosos futuros, pusieron las mismas caras que las co-protagonistas de Sex and the city, con la diferencia de que yo no vi venir ese momento.

No ahondé en el asunto, al fin y al cabo, yo me sentía tranquila y feliz. Obviamente, quería que mis amigas sintieran empatía por mí y quizás me desilusioné cuando no todas lo hicieron. En esa misma situación, Samantha le dijo a Carrie que sólo la pareja sabe lo que pasa puertas adentro en su relación y entendí, que por más que quisiera, nunca lo comprenderían del todo.

Más que nada, ese comentario también me hizo reflexionar en las muchas veces que yo juzgué sus relaciones amorosas o sus comportamientos, sin conocerlos a ciencia cierta. Por dar un consejo, emití muchos juicios de valor de una experiencia, quizás lejana a la suya; tal vez tenía razón, pero no me correspondían a mí solo achacar los aspectos malos, sino escuchar y dar una palabra de aliento. Caí en cuenta que yo pude haberlas lastimado con mis miramientos subjetivos.

Han pasado varios meses desde esa conversación y la verdad no espero que me secunden o exalten mis hazañas;  a lo mucho quiero que las oigan con atención y, sobre todo, que sepan que las quiero, las entiendo y que, de una  u otra forma, estaré junto a ellas por si hay que rectificar o celebrar.

Ahora ellas saben que no me voy a la ciudad del arte, la moda y la buena comida como París; es más no importa el lugar, solo voy hacia mi felicidad.  Al igual que las amigas de Carrie, las mías deben pensar que vivo en una fantasía, pero yo también encontré a un hombre que podía hacerla realidad y no pensaba cuestionarme (ni cuestionar a nadie, jamás).

Viviendo en las selvas

Hace una semana llegué de plena selva oriental de la provincia de Pastaza, en donde tras caminar varias horas por senderos lodosos, cruzar ríos, escuchar toda clase de sonidos animales y luchar contra los picazones de moscos e incluso abispas; me di cuenta, dejando de lado la no contaminación, la tranquilidad y la magnitud de las noches estrelladas, que vivir en la ciudad no era tan distinto.

Y es que salir de mi casa a la universidad es como caminar por las piedras de los ríos con tantas aceras destruidas y angostas y con calles mal pavimentadas. Y qué decir de intentar cruzar por los pasos cebras, donde tengo que tener tino que una «bestia salvaje» no me vaya a atropellar y como en el lodo tengo que fijarme bien por donde piso para no hundirme… debajo de las llantas de un auto. Y si no me comporto como un peatón responsable… de que los conductores cometan libremente sus imprudencias, ahí van los que me recuerdan los sonidos selváticos multiplicados por mil y en una forma inmensa de distorsión, mal usados pitos y bocinas de autos.

Pero tranquilidad, tranquilidad, no puede ser tan malo. Ya voy a llegar a casa y todo pasará. Los buses de mi ciudad van llenos, para variar, y las personas son como esas moscas y abispas que se le pegan a uno y de tanto que te rodean parecen que te van a asfixiar, por suerte estas no son nocivas.

Qué puedo decir, si sobreviví a la verdadera selva no creo que no pueda hacerlo con una mala réplica.