El tan anunciado striper, juegos picarescos, grandes cantidades de alcohol y una noche loca marcarían mi despedida de soltera…
Recuerdo que quince días antes del anunciado evento, le di un listado a Pris, mi mejor amiga, para que convocara a los asistentes. La retahíla de nombres no era solo eso; significaba momentos de travesuras adolescentes con mis amigas del colegio, horas de risa y estudio con mis amigos de la universidad, una convivencia placentera con mi roommate, un combo como excusa para celebrar la amistad, buenas pláticas con quienes necesitaban un consejo, alegrías, tristezas, ánimos, apoyo, en fin, un sinnúmero de anécdotas con personas realmente importantes para mí.
Los días pasaban y muy pocas personas confirmaron su asistencia. -Seguro es el trabajo, el dinero, no han tenido tiempo, verás que ya escribirán- le decía a Pris, que con cara de impaciencia se desesperaba por empezar a organizar una reunión, que desde hace algún tiempo la visualizábamos muy ilusionadas.
A menos de una semana nadie había confirmado su asistencia y colaboración con certeza. La nostalgia por el empezar una nueva vida y dejar mi ciudad invadían mi estado de ánimo y Pris contenía sus emociones para hacerme sentir que todo estaba bien. Una mañana me mandó una foto de las chicas de Sex and the city bebiendo en una acera, con un mensaje que no recuerdo textualmente, pero que me daba a entender que no importaba el lugar ni la cantidad de gente, si siempre compartes con quienes te quieren.
Las pocas personas que al final aseguraron asistirían, cambiaron de planes a última hora e, incluso, algunas ni siquiera contestaron su celular. El esperado día había llegado y ahí, mirando por la ventana, estaba yo con miles de confusiones. La noche estaba por llegar y con ella vino Pris, con su gran sonrisa, su cartera en un brazo y en la otra una botella, para darle ese antídoto borratristezas a todas las escenas grises. Al final, terminé en una reunión familiar con mi mejor amiga bebiendo vodka con jugo de naranja y, para ser sincera, ese fue uno de los mejores días de mi vida.
No voy a ocultar que los días siguientes a mi despedida de soltera me enojé con todo el mundo, pero en verdad estaba enojada conmigo misma por las veces que no compartí con quienes debía hacerlo, por no saber alargar los gratos momentos, por no saber cómo borrar los malos ratos, por no decir un «estoy aquí» cuando fue necesario, por un montón de sentimientos que no supe demostrar a su tiempo. Tampoco voy a negar que muchos de quienes no asistieron, me llamaron o escribieron para desearme lo mejor, con su respectiva justificación, que se resume en esa constante lucha con la rutina y el paso del tiempo.
Ahora ha pasado más de un mes de aquella anhelada despedida. Al recordarla se me dibuja una sonrisa e, inevitablemente, evoco a cada una de esas personas que, incluso en su ausencia, siempre me han demostrado que están presentes y que sin importar tiempos, ni distancias (y ahora estado civil) estarán ahí una y otra vez.
Y por si les interesa, todavía hay tiempo para algunas «despedidas de soltera» más.