Aquellas amigas, estas amigas

Están las de la infancia, las que ves siempre, las que recuerdas de vez en cuando, las que no tienes la certeza de si fueron tus amigas, las que son tu top 5, las que hablan mucho, las que te escuchan; sean como sean, tú sabes que son tus amigas y que las llevas tatuadas en la piel.

tatuajes-amigas

 

En cada una de las etapas de mi vida he conocido personas que  han llenado mi historia con sus risas y grandes anécdotas. Recuerdo a una de mis amigas con las que hicimos un pacto de sangre, después de habernos contado los secretos jamás revelados. No importó el dolor del pinchazo; fue más grande ver sellado nuestro juramento que el dolor de una travesura. Con otra prometimos siempre estar juntas, después de una borrachera, en la que no recordamos quién ayudo a quién. Está mi amiga de la universidad, que soportó todas mis historias idílicas  sin saber que luego yo tendría que repetirle sus consejos. No puede faltar la amiga que conoces de un día para otro y se convierte en tu otro yo, que sabe lo que quieres antes de decirlo y, sin duda, iría hasta el fin del mundo por ti. Están las que no has visto personalmente, pero desde la distancia te dan un consejo y te hacen sentir que no estás sola en el mundo.

Hay miles de historias por contar, muchísimas sonrisas, diferentes caricias y sinfín de recuerdos. No sé donde están algunas de mis amigas; otras supongo que están donde me dijeron que iban a estar; a unas las leo a través de la computadora y están aquellas a las que veo y siento que el tiempo no ha pasado. Quizás nosotros cambiamos el rumbo de nuestras relaciones de amistad, cuando les restamos importancia o las dejamos de priorizar; pero si buscamos en el fondo de nuestro corazón, seguro encontraremos miles de motivos para desempolvar lindos recuerdos y, quién sabe, averiguar que la amistad a resistido a tiempos y distancias.

GRACIAS AMIGAS , ESTÉN DONDE ESTÉN

El violinista en mi tejado

Ha pasado una semana desde que dejó su forma tangible para transformarse en un soplo de recuerdos agradables, pero que al evocarlos también traen dolor de ausencia e impotencia de no poder retroceder el tiempo y evitar el fatalismo.

Hace poco él se sentaba a mi lado y me picaba con sus dedos regordetes como gesto de su picardía. Achinaba sus ojos, impartía vida con su gran sonrisa y nos sacaba más de una carcajada con sus expresiones verbales tan propias de él. Con mi mejor amiga nos gustaba abrazarle para recibir «su calor interno» como él decía, que en realidad era producto de su saco abrigado.

Sin embargo, nuestra capacidad humana de errar termina alejándonos de quienes alguna vez llamamos amigos. La inclemencia del tiempo me alejó aún más de él y, lo peor, es que hizo que aplazara palabras que no podían esperar como un te quiero, te extraño, estoy aquí. Fue un error presumir que él sabía que lo apreciaba como un buen amigo y que lo tenía presente. No tenía sentido mantenerlas en silencio; ni siquiera tienen sentido ahora que él jamás las podrá oír.

Lo único que me queda es contarle al mundo que Carlos Picerno fue un gran hombre, un luchador de verdad. Jamás se rindió ante la adversidad, siempre enfrentó los problemas con una sonrisa y brindó su apoyo a quien lo necesitaba sin juzgar ni recriminar.

Sé que no lo volveré a ver ni siquiera por casualidad en la calle, pero cada vez que quiera podré buscarlo en ese rincón de las memorias más alegres de mi vida. De seguro una noche alzaré la vista al cielo, escucharé una de las canciones que tanto le gustaban y, sin explicación ni lógica, lo veré sentado con su hermosa sonrisa siendo el violinista en mi tejado.

La amistad la tiene, el golpe se lo debo

Cuando vi su nombre en la pantalla de mi celular, lo primero que vino a mi mente fue:  ¿Y ahora qué daño le hizo la babosa mental? ¿en qué nuevo lío me metió? Pero nunca esperé leer esas palabras; por lo menos no, en estos momentos de mi vida.

Me desconcertó con el ¡Si supieras cuánto te extraño! porque la verdad no lo sé; puede ser mucho, poco o algo parecido a cuando recuerdo que él se sentaba a lado o atrás mío en las clases y empezaba con sus bipolaridades: Me escribía algo bonito en la agenda y al minuto siguiente me miraba con reproche.

Hasta ahora no termino por comprender del todo su actitud. Tengo muchas preguntas sin respuestas, así como las de él, pero puedo contestarle que las cosas pasan PARA algo. Esa es la única y gran respuesta.

Sé que me necesita y ya no compartimos la cercanía, pero por lo menos a la distancia le queda mi amistad. De seguro me recordará cuando vaya a hacer algo incorrecto y verá mi cara de decepción próxima a agredirlo (algo en serio, algo en broma) y también guardará cada una de las travesuras que sólo pueden darse en la edad universitaria.

No sé porque me escribe un mensaje si sabe que sus propias decisiones le impiden recibir mi respuesta; pero sea como sea, de alguna forma sabrá lo que pienso y el golpe, en donde le llegue, aún se lo debo.

Risas enfrascadas

La extrema seriedad es algo que no va conmigo; es más, puedo asegurar que la mayor parte de mi día se va entre sonrisas, con cercanos y desconocidos. Sin embargo, algún tiempo tuve que contener mi alegría e, incluso, disfrazarla por indiferencia y rencor. Tal vez no la sentía o alguien se empeñó en transformarla. Quizás ya no teníamos motivos o, simplemente, ya no quería reír contigo porque la felicidad que me ofrecías ya no me sabía igual.

No puedo negar que extrañaba reír por tus comentarios fuera de lugar y muy detallados, que me gustaba verte reír a causa de la forma en que yo desviaba el tema y lanzaba ideas jocosas sin pensar que a veces no tenían sentido; pero, principalmente me hacía falta que me contagiaras con tu peculiar risa y que no existieran razones específicas para dibujar una sonrisa en nuestro rostro.

Pasé mucho tiempo teniendo todo ello como un hermoso recuerdo y la añoranza de que algún día se volviera a repetir. Mientras tanto, reuní todas las fotografías y las guardé en una caja que no me acuerdo donde la puse; encontré todas las cartas jamás entregadas y las guardé en un sobre para que te lleguen algún día, aunque sea anacrónico; saqué  de mi maleta una gorra, aquella que dabas por perdida, y la colgué junto con los gorros que me gustan, pero que nunca suelo usar; ¿y las risas?, de ellas fue más difícil deshacerme, lo único que se me ocurrió fue meterlas en un frasco, por si algún día querías volverlas a vivir.

Cuando menos lo esperaba llegó el día y me di cuenta que no aseguré con fuerza la tapa. De una conversación cualquiera, sin pensarlo, ya nos estábamos riendo. Pensé que sería como antes, pero fue mejor. Ahora ya no habían razones para quedar bien, poses para sorprender, ni intenciones ocultas de algo más. Al fin, me animé a verte y tratarte por lo que eres y no por lo que yo alguna vez esperé de ti.

Ahora podemos vaciar el frasco para que las risas sigan su curso normal. Ya tenemos un nuevo motivo: ser felices por la amistad, pues tu risa y la mía son las que hacen que el mundo no sea igual.

Lo que sólo tú sabes dar

No sé desde cuando comenzó, no sé cómo sucedió y, mucho menos, con qué finalidad está pasando todo esto. Lo único que tengo claro son los recuerdos atesorados que se resumen en algunas conversaciones en trance, promesas improvisadas pero de esas que sí se deben cumplir, uno que otro chiste que nos ha dibujado una sonrisa y muchas canciones para expresar lo inexplicable en un lenguaje menos convencional.

Ahora estoy sentada, contemplando una ciudad partida en dos mundos irreales. La mitad de abajo no tiene nada de diferente: ver las calles cien veces transitadas y millares de personas cubiertas por las sombras de grandes edificios. Pero si alzo mi mirada, tal vez vea lo mismo que tú: unas nubes con formas similares a las que alguna vez imaginaste y que dejan pasar un poco de sol, ése que hoy mismo calentó tus ganas de vivir.

Y si puedo imaginar mil historias paralelas para acortar esta distancia y extrañarte un poco menos, no habría necesidad de palabras, ni manifestaciones físicas, ni siquiera el tenerte cerca; sería suficiente esa sensación de gestos irreales, simplemente esa extraña forma de cariño mudo que sólo tú sabes dar.

Un abrazo para el 2011

En medio de conteos regresivos, uvas y champagne para atraer la buena suerte, abrazos hasta con quienes ni cruzas la palabra y el fuego que quema el muñeco y «todo lo malo» se va otro año. Y cómo pueden faltar las palabras de muchos: «qué rápido se pasó el tiempo», «otra vez diciembre», «se nos fue el año», que  asombrados aún no entienden cómo sus doce meses se convirtieron en escenas que  se pueden resumir en pocos minutos.

Hay años que son indiferentes, unos que quisiéramos que tuvieran 500 días, otros que desearíamos ponerles «repeat» y áquellos que se merecen «delete» hasta de la papelera de reciclaje. Sin embargo, este 2010 fue una mezcla de todos, con días que no cambiaron mi vida, semanas que me transformaron, meses que no quería que terminen y horas que no me hubiera gustado que el reloj las marque.

Pero inevitablemente, pese a mis deseos, el tiempo tiene que transcurrir y pasar tal cómo es, no por el destino o la casualidad, sino por el camino que le tracen mis acciones; aunque, debo admitir que nunca sé a dónde exactamente mi tiempo irá a parar.

Ahora, con el nuevo año, hay una nueva oportunidad para comenzar, como sucede todos los días cuando despertamos, con la diferencia que la noche del 31 de diciembre muere una vivencia en mayor cantidad y asimilamos de mejor manera lo qué ha sido un año más de nuestra vida. Y antes de empezar a escribir en mi nueva página en blanco, quiero despedirme de lo que no quiero volver a vivir y atesorar lo que se puede repetir, obviamente, de una forma distinta.

Adiós a las noches de desvelos por tareas y estudios postergados, a la ansiedad y estrés de finales, a las discusiones que no llegan a ninguna solución, a la mentira, al engaño, sobre todo al autoengaño, a los amores intensos pero no verdaderos, a las confusiones, a los «remembers», a la impulsividad mal encauzada, a las terceras personas y si es que hay a las cuartas, a las peleas familiares, a los reproches, al olvido, a la cobardía, a la insensibilidad y a ese día en que descubrí que el amor no es solo sentir.

En cambio, quédense los momentos con los compañeros que no veo pero extraño, las sonrisas de aliento, las tardes de plática interminable, los helados que no se derretían fácilmente, la primera vez que vi esos ojos, el primer beso en la piscina, la amistad espontánea, el amor de la familia a la distancia y más aún en la cercanía, las nuevas vivencias, esa misma luna, los paseos imaginarios, la alegría, una noche de julio, otra noche de julio y la mejor noche de julio y de mi vida, el cariño inocente de un niño, las locuras que tienen lindas consecuencias, la racionalidad, la ilusión verdadera, ese encuentro inesperado, el anhelo de volver a verlo, el desengaño que abre los ojos y un mensaje que aún no he borrado.

Aaah también un abrazo cálido, pero no cuenta porque fue a inicios de este año y para ser sincera ha sido lo mejor del 2011, ¡lástima que sólo ha pasado un día! y aún hay 364 más oportunidades para arrebatarle la primicia a tu abrazo, ese abrazo, aquel abrazo… mmm no recuerdo bien si nos abrazamos.

Recordando promesas incumplidas

Como algunos sabrán (y para los que no sepan, les cuento) ya han pasado casi seis meses desde que egresé de la universidad y como es obvio tuve que reacomodar muchas cosas en mi vida, desde mi escritorio con agendas que ya no usaré, hasta mi rutina con aulas que ya no visitaré.

Aunque parezca de menor importancia, el arreglar mi rincón de estudio fue lo que me hizo caer en cuenta de que ya crucé la línea hacia una nueva etapa y que ya no había marcha atrás. Al revisar las hojas de tareas pude volver a leer mis primeros artículos llenos de correcciones, que con el pasar de los semestres se transformaron en casi ausentes errores. Encontré pequeñas notas escritas, que iban desde chismes amorosos hasta bromas de los profesores o compañeros; todo ello incitado por el deseo de sobrevivir al aburrimiento de ciertas materias. También, por ahí aparecieron las frases de cariño de algunos compañeros que con el pasar de los cuatro años se convirtieron en grandes amigos que, lastimosamente debo admitir, durante este tiempo no he vuelto a ver.

Tras todos estos retazos palpables de vida,  aún faltaba por descubrir el tesoro que celosamente por mucho tiempo guardé: la inolvidable hoja de promesas. Mi grupo de amigas la recordará perfectamente, pero para los demás lectores, explico que esta hoja contenía un listado de acciones que debíamos cumplir para evitar o corregir errores, que variaban en cada una de nosotras, podían ser estudiantiles (mejorar las notas), familiares (mejorar la relación con los padres), amorosos (no amarrarse, vacilar o regresar con tal persona) o simplemente personales (bajar de peso, no fumar, etc.); en caso de incumplirlas, debíamos pagar cierta cantidad de dinero como multa. Recuerdo que una de las mías fue la más costosa y terminé adeudando una cantidad de dinero que nunca pagué.

Tener mi hoja y algunas de mis amigas me dio mucha emoción pero, a la vez, me causó inquietud al descubrir que la mayoría las había incumplido pero, principalmente, me sorprendió darme cuenta que en muchas etapas de mi vida volvía a prometerme una y otra vez lo mismo, sin nunca llegar a ejecutarlo.

Es fácil prometer algo al igual que, romperlo luego. El secreto de cumplir promesas es plantearse acciones concretas y reales, y principalmente comprometerse con ellas. No porque algo se plasme por escrito significa que tendrá mayor importancia, lo que realmente se va a cumplir es lo que se promete con el corazón.

El último de los primeros días

Mañana será el último día que veré a mis compañeros, aclaro, dentro de una aula de clases, en la biblio, la cafe, en el parque central o en algún pasillo de la universidad al apuro, porque en la vida que nos espera afuera aún podemos seguir viendonos, aunque, quiero que no sea solo por casualidad.

Mañana será el último día de berrinches de adolescentes que se tratan de esconder tras su malgenio de pseudo adultos, de las preguntas capciosas y de las respuestas que buscan apantallar, de excusas perfectas para suplir la falta de interés por el conocimiento y de las desigualdades causadas por el poco respeto a la individualidad.

Mañana será el último día de reposar bajo el sol mientras los demás se queman el cerebro entre luces fluorescentes, de debates controversiales que no llegaban a la convergencia de ideas pero sí a la unión de personas, de idilios estudiantiles que no trascendieron, de risas que acabaron con la seriedad de un pensamiento filosófico y de camaradería para gastar una broma o consolar un desacierto.

Mañana será el último día que le diré a Clary: ¿qué tenemos de deberes?, a Angie: amiga, préstame dinero o no seas encamosa, a Ita: a ver, dime ¿qué pasó?, a Wendy: cuéntame el chisme, a Germán: ¡eres un morboso! y a Francisco: ya no llores o simplemente darle un golpecito 🙂

Mañana será el último de los primeros días en que tenga la ilusión de volver a verlos como unos profesionales triunfadores, unos padres o madres ejemplares, en sí, unos seres humanos valiosos. Mañana será el primer día que empezaré a escribir una historia basada en conocimientos académicos, consejos magistrales y, sobre todo, en la esencia de los buenos amigos.

¿Me acordaré que escribí este post?

No sé si les ha pasado que algunas veces las personas realizamos acciones que no nos damos cuenta, ya sea, por descuido, por costumbre o porque fue algo inconsciente. A mí si me ha sucedido a menudo; sin embargo, recién descubrí que esas acciones, poco a poco, se han vuelto frecuentes y al parecer están afectado mi memoria.

Pero, ¿qué exactamente es la memoria?. De acuerdo a la Sociedad Española de Psiquiatría, la memoria es una función compleja por la cual, la información almacenada en el cerebro es después recordada, gracias a cuatro componentes:

  • Fijación: Entrada y Registro de la información.
  • Conservación: Almacenamiento de la información.
  • ­Evocación: Posibilidad de recuperar información almacenada.
  • ­Reconocimiento: Es la sensación de familiaridad que acompaña a la información almacenada, cuando ésta es recuperada o presentada de nuevo ante nosotros.

Por lo que investigué supongo que la fijación de mi cerebro debe marchar bien puesto que ésta tiene que ver con la memoria inmediata (recuerdo que empecé a escribir hace pocos segundos); el problema se centra en que la memoria reciente de mi cerebro no está almacenando correctamente la información porque no me permite recordar ciertas cosas que hago minutos u horas antes; y qué decir de mi memoria remota, que muchas veces no me permite evocar cosas que antes sí recordaba y, tampoco, familiarizarme con acciones que supuestamente he hecho. Lo cual causa una pérdida de memoria parcial.

Pero esto solo es una especulación, tal vez es algo pasajero o que no es como yo lo estoy interpretando; de todas formas, lo más importante ante cualquier signo de olvido, incapacidad de recordar, disminución de la capacidad de atención es recurrir a un profesional, porque él es el único que podrá determinar las causas del problema y recomendar las soluciones más eficaces.

No sabemos cuán importante es la memoria hasta que sentimos que ella se olvida de nosotros sin querer nosotros olvidarnos de ella. Ahora recuerdo (eso está muy bien) que hace algún tiempo deseaba tener amnesia y olvidarme de ciertos episodios de mi vida. Pero ahora no, en verdad no. Quiero recordar dónde dejo las cosas, quiero recordar lo que dije ayer, quiero saber de dónde venía y hacia dónde iba… Quiero tener siempre en mi mente desde el más bueno hasta el más mal recuerdo. Quiero nunca olvidar quien soy y todo lo que rodea mi existencia. Simplemente quiero que te quedes conmigo, memoria.