Están las de la infancia, las que ves siempre, las que recuerdas de vez en cuando, las que no tienes la certeza de si fueron tus amigas, las que son tu top 5, las que hablan mucho, las que te escuchan; sean como sean, tú sabes que son tus amigas y que las llevas tatuadas en la piel.
En cada una de las etapas de mi vida he conocido personas que han llenado mi historia con sus risas y grandes anécdotas. Recuerdo a una de mis amigas con las que hicimos un pacto de sangre, después de habernos contado los secretos jamás revelados. No importó el dolor del pinchazo; fue más grande ver sellado nuestro juramento que el dolor de una travesura. Con otra prometimos siempre estar juntas, después de una borrachera, en la que no recordamos quién ayudo a quién. Está mi amiga de la universidad, que soportó todas mis historias idílicas sin saber que luego yo tendría que repetirle sus consejos. No puede faltar la amiga que conoces de un día para otro y se convierte en tu otro yo, que sabe lo que quieres antes de decirlo y, sin duda, iría hasta el fin del mundo por ti. Están las que no has visto personalmente, pero desde la distancia te dan un consejo y te hacen sentir que no estás sola en el mundo.
Hay miles de historias por contar, muchísimas sonrisas, diferentes caricias y sinfín de recuerdos. No sé donde están algunas de mis amigas; otras supongo que están donde me dijeron que iban a estar; a unas las leo a través de la computadora y están aquellas a las que veo y siento que el tiempo no ha pasado. Quizás nosotros cambiamos el rumbo de nuestras relaciones de amistad, cuando les restamos importancia o las dejamos de priorizar; pero si buscamos en el fondo de nuestro corazón, seguro encontraremos miles de motivos para desempolvar lindos recuerdos y, quién sabe, averiguar que la amistad a resistido a tiempos y distancias.
GRACIAS AMIGAS , ESTÉN DONDE ESTÉN